NOSOTROS, EL COVID-19 Y EL TIEMPO


Siempre hay que comenzar por algún lugar (In media res según el gran Homero). Empezaré describiendo hechos. Durante el año pasado sabíamos que este año iba a ser relevante, al menos, por tres asuntos.

Primero, porque se pondría en funcionamiento de manera oficial el Sistema de Crédito Social en China; segundo, sucedería la elección presidencial en EE. UU.; tercero, comenzaría a funcionar la red

5G, de datos móviles. Los 3 temas hacían prever una agenda cargada. Pero resulta que, COVID-19 mediante, esos eventos se van desenvolviendo en medio de una situación excepcional y nueva: un aislamiento social masivo y global.

UN POCO DE HISTORIA (RECIENTE)

Antes de avanzar ideas sobre el presente, es necesario ir un poco atrás en el tiempo. El 18 de octubre pasado se realizó, en Nueva York, una jornada de trabajo denominada Evento 201, organizada por el Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud, el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates.

Este encuentro, influenciado sin lugar a dudas por el documento Scenarios for the Future of Technology and International Development (The Rockefeller Foundation y GBN Global Business Network), se concibió como un ejercicio para analizar las respuestas público-privadas frente a una pandemia a gran escala.

Dos meses después, la organización HealthMap emitió, basándose en su sistema de inteligencia artificial (IA), una alerta temprana sobre un caso de neumonía no identificada en la ciudad china de Wuhan. Poco minutos más tarde la información fue avalada por ProMed con base en Nueva York.

Muchas semanas más tarde el gobierno chino avisó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y apareció oficialmente el COVID-19.

La tardanza china es parte del repertorio de excusas en la administración Trump, y también de un debate populista nocivo pero relevante. Las respuestas coreana y japonesa ya han sido analizadas, no vale la pena insistir aquí sobre los detalles. Basta enfatizar que surgen de una mezcla de autoritarismo gamificado, IA agresiva y aislamiento masivo. Veamos, pues, otro costado del asunto.

Si el citado Evento 201 no fue sólo una excusa para que buenos amigos y colegas se reunieran, hay que enfatizar sobre el concepto ejercicio. Este término se asemeja a simulacro, como de esos que hacemos con defensa civil recreando algún tipo de desastre. Un ejercicio es una puesta a punto, al menos, de: protocolos, criterios compartidos, pautas mínimas de acción, definición de variables, modelos matemáticos con capacidad predictiva, más un largo etcétera.

Si no hubieran discutido alguna de esas cosas ¿qué tipo de ejercicio hubiera sido? Dicho esto, surge un primer interrogante. Más allá de la cuestión del retardo y las motivaciones que el gobierno chino haya tenido para informar esta pandemia, y estando la crema y nata de los expertos y líderes de organizaciones públicas y privadas involucradas con el citado ejercicio ¿no era de esperar que, una vez estallada la pandemia, al menos, las democracias de Occidente contaran con un diagnóstico compartido para dar respuestas mínimas? Y sin embargo parece haber un clima de aturdimiento, titubeos, mirar al lado y ver qué errores se cometen, qué da resultado. No es lo que haríamos si hubiéramos hecho ejercicio en la materia, ¿o sí? ¿O el protocolo mínimo compartido es el aislamiento social?

Si el aislamiento masivo y global es la respuesta mínima, lo que debería discutirse es su temporalidad y las formas alternativas para salir de ello. ¿Es así?

ESCASEZ DE ANÁLISIS POLÍTICO

Salvo contadas excepciones (Reino Unido, Alemania y Países Bajos) resulta difícil comprender,  mediante diálogo público, en base a qué diagnóstico y con qué escala de medidas los gobiernos adoptan el aislamiento social.

Las capacidades de razonamiento estadístico son necesarias en las sociedades complejas, pero no están disponibles de manera uniforme entre los ciudadanos. Por esta razón el gran público no sólo está angustiado sino abrumado frente a los tableros de datos que se presentan en las pantallas de los medios de comunicación en el mundo.

¿Son los datos de contagiados comparables entre los países? ¿Las cantidades de pruebas que llevan a cabo los diferentes países obedecen a estrategias muestrales alternativas? ¿A otras razones? ¿Cómo juegan las “cifras negras” en el razonamiento estadístico que está detrás de las decisiones? Estas son algunas de las preguntas que surgen entre los ciudadanos que no tienen un dominio estadístico del problema, pero sí preocupación cívica, y quizá advierten que las decisiones públicas en estos momentos son mucho más complicadas que lo que comúnmente lo son.

Por ejemplo, tomemos el caso argentino. Se dice -uso esta forma de la tercera persona a propósito- que el gobierno tiene cuatro escenarios que justifican la cuarentena y establecen el marco para la responsabilidad política. Sin embargo, los actores que componen los mass media afirman que es mejor no difundirlos para no angustiar a la población.

La pregunta es: ¿en base a qué tipo de información el presidente tomó la decisión del aislamiento masivo y obligatorio? La respuesta se encuentra en una zona indeterminada que va desde la casuística o el azar hasta creer que el aislamiento era el protocolo pautado de antemano. El gran público está angustiado por los datos de las tragedias, abrumado por porcentajes de contagio según edad, por indagar sobre las características de los contagiados, pero no se sabe exactamente en base a qué tipo de estudios los gobiernos toman las decisiones que toman.

Para ser contundente: personalmente, puedo creer que el aislamiento riguroso y masivo es una buena decisión, pero puedo al mismo tiempo afirmar que no sé en base a qué evidencia el gobierno implementa tal decisión. Las buenas decisiones, en un principio, tienen que ver con el marco de creencias en el que estamos inmersos, mientras que la justificación de estas se asienta sobre el modo en que se llegó a ese marco de creencias.

Si el aislamiento es una buena decisión, lo que está en juego es su duración. Estipular ese lapso constituye, también, parte del asunto de la salida. No se puede pensar uno sin trazar el otro. Aquí es donde se debate por estas horas el aparente -para los mass media– estéril, frío e irracional discurso de Trump sobre si el remedio no es peor que la enfermedad. Veamos.

El 16 de marzo un equipo de científicos (COVID-19 Response Team) del Imperial College de Londres dio a conocer un trabajo muy interesante. Básicamente coloca la cuarentena en una dimensión temporal. El modelo matemático corre así: como no hay una solución farmacológica, la única herramienta disponible es el aislamiento social. Éste resulta necesario para aplanar la famosa curva, es decir, hacer converger los pacientes críticos con el stock de recursos sanitarios de cada país. Pero este proceso no puede ser indefinido -además de que no suprime el virus, sino que mitiga su circulación. Por tanto, al relajarse la cuarentena, el virus comienza nuevamente a circular.

El modelo propuesto identifica situaciones en donde se requiere volver a cuarentena, dado el objetivo de hacer converger cantidad de infectados con los recursos sanitarios disponibles (Figura 4, pág. 12 del informe citado). Entonces lo que esto predice es picos leves de circulación, reinicios de cuarentenas, relajamiento, etc., durante el período de 18 meses -un tiempo adecuado para obtener una solución farmacológica.

No tengo herramientas cognitivas para juzgar el diseño del modelo, ni cuestionar la validez de los datos utilizados, pero el informe genera un horizonte temporal para los decisores públicos, los ciudadanos y el diálogo democrático, en caso de que lo hubiere. Lo que este trabajo hace es interpelar a la sociedad política para que comience a imaginar y dibujar cómo será la vida privada y pública en los próximos meses.

Coincido con el editor en jefe de MIT Technology Review, Gideon Lichfield, en que no volveremos a la vida que apenas comenzamos a dejar atrás. Lo que está por discutirse no es ese punto, sino los énfasis locales y las situaciones regionales de esa ausencia. Estos efectos tienen que ver con el acceso a la tecnología, las modalidades y pesos específicos de las ramas del capital en las luchas intestinas que llevan adelante los capitalistas, el estado de las finanzas estatales, las orientaciones de políticas que tienen los gobiernos, sus legítimas aspiraciones a retener el poder, entre muchos otros.

Las transferencias monetarias, el avance sobre la emisión virtual de moneda, incentivos específicos a ciertas ramas del capital, direccionamiento del consumo, prioridad de asistencia al trabajo, serán dimensiones que se tomarán en cuenta y jerarquizan para la salida lenta y programada del aislamiento social. Quizá los brazaletes que ya son populares en Hong Kong adquieran versiones más rudimentarias, pero serán útiles para programar la lenta circulación de los ciudadanos en diferentes espacios públicos vitales para la reproducción de la sociedad.

El surgimiento de nuevos productos, la ampliación de nuevos mercados, nuevas formas de producción de entretenimiento, producción y consumo simbólico, tendrán que ver no sólo con el desarrollo de las fuerzas productivas, sino también con la vitalidad de la sociedad civil y las estrategias gubernamentales. Pero también hay que señalar que durante este período de aislamiento social existe un calendario electoral que atraviesa a varias sociedades, no sólo a EE. UU. El 12 de abril está programada la renovación del Parlamento de Macedonia del Norte, el 15 de abril lo mismo en el Parlamento de Corea del Sur, el 17 de mayo presidenciales y parlamentarias en República Dominicana.

Los demócratas norteamericanos están agitando aguas en la opinión pública para que las votaciones presidenciales de noviembre se realicen mediante voto-correo, Bolivia las canceló o prorrogó. La salida del aislamiento no sólo pondrá a prueba a la democracia en el terreno de lo que la vigilancia masiva de datos deje, sino que deja en entredicho su corazón institucional más sagrado: la votación.

Los progresistas del mundo pueden debatir si continúa o no el capitalismo, si esto significa la muerte del capitalismo y el neoliberalismo, aunque esto suceda, por ahora, bajo la sombra del autoritarismo gamificado proveniente de Asia. Estoy totalmente de acuerdo en que es fundamental seguir luchando por un mundo más justo, pero también por uno libre.

Con el COVID-19 las democracias salen debilitadas. Lo que no tenemos que permitir es que el futuro de la libertad corra peligro de muerte.