EL SISTEMA DE CRÉDITO SOCIAL CHINO Y LA REINVENCIÓN DEL SUEÑO PLANIFICADOR

El Sistema de Crédito Social chino constituye un experimento político, económico y social muy reciente: comenzó en 2002 como prueba piloto, y se espera su completa implementación, a escala nacional, el próximo año.

Hasta el momento, lo que sabemos de ese sistema es que constituye una potente herramienta de control social. De hecho, en la prensa occidental se lo emparenta con la serie futurista Black Mirror, porque parece un Gran Hermano que todo lo ve y todo lo sabe.

Pero el Sistema de Crédito Social chino es más que eso. Para las autoridades del Partido Comunista, es, también, una apuesta por la planificación y la coordinación de la economía.

Así que, quienes analizamos esto desde Occidente, debemos prestar atención en ambas direcciones: por un lado, la gobernanza que se asienta sobre el control de la actividad de los ciudadanos; por otro, la economía planificada y un mercado regulado desde la cúspide de una pirámide.

Según las investigaciones de Sebastian Heilmann (un politólogo alemán experto en este tema) los empresarios chinos, como Jack Ma, fundador de Alibaba, creen que las nuevas tecnologías pueden usarse eficientemente para planificar y predecir la evolución de los mercados.

Esto fue publicado por el Financial Times, en un artículo que, además, explica que esa idea es compartida por los líderes del PCC. Hay que recordar que, por ley, en China toda empresa corporativa debe tener, en el directorio, a un miembro del Estado. Y que el Estado es dominado por el Partido Comunista, desde los tiempos de Mao.

Entonces, vale decir que todo el establishment chino parece estar convencido de que ciertas herramientas que provee la inteligencia artificial (por ejemplo, el Big Data) son pertinentes para darle un nuevo giro a un histórico debate: planificación vs. mercado.

Se trata de una discusión que ciertos economistas sostuvieron durante los años 20 y 30 del siglo pasado. En ese entonces, se estudiaba seriamente si había posibilidades de que un sistema de planificación central sustituyera al mercado en su rol de asignador eficaz de recursos. Esto les interesaba, particularmente, a los socialistas.

Así, mientras autores como L. von Mises y F. von Hayek afirmaban que era imposible que una agencia de planificación pudiera tomar en cuenta los millones de interacciones diarias que producen los agentes económicos, Oscar Lange y Abba Lerner postularon un sistema de equivalencia entre la planificación y el mercado.

Esta tesis fue conocida como la “solución de Lange-Lerner”. Ellos plantearon, hace 100 años, que si una oficina estatal pudiese conocer todos los datos de la actividad económica, el problema de elección y asignación de recursos resultaría totalmente soluble.

Ahora, los chinos reeditan esta idea, de la siguiente forma: no es necesario que el supercentro de datos conozca todas las interacciones económicas; se trata de que, mediante la información que administra, pueda regular el sistema de créditos. Con ello, intentan emular al mercado, pero pretenden mejorarlo, evitando burbujas financieras e inhibiendo especulaciones inmobiliarias, entre otros asuntos.

En las democracias occidentales la implementación de las políticas públicas todavía se organiza, generalmente, sobre el principio moral de la protección de datos personales. Por eso, a los Estados no les resulta fácil monopolizar datos utilizando un super centro de cómputos. Es más: la actual estructura oligopólica de la industria de datos se encuentra bajo el escrutinio de la opinión pública, al punto de que están apareciendo iniciativas para aplicar la ley antitrust a empresas como Google, Amazon, Facebook y Apple, por sólo citar a las más emblemáticas.

En cambio, en China se observa que empresas como Alibaba, Baidu o Tencent operan bajo licencia estatal, y concentran gran parte de los datos comerciales claves para los principales propósitos del gobierno chino. Todo ello, sin voces de disenso.

Lo cierto es que, aunque el SCS recién comienza, hay dos asuntos vitales para tener en cuenta en los próximos años: por un lado, la consolidación de un arsenal tecnológico cuidadosamente probado; por otro, la posibilidad de que China exporte su Sistema de Crédito Social, cuya garantía se asienta en la historia de la ingeniería social que el gigante asiático aplica desde mediados del siglo veinte.

Ambas cuestiones resultan primordiales para democracias débiles o de baja calidad.  En primer lugar, porque muchos gobiernos de países cuyas sociedades son hostiles al libre mercado, pueden estar deseosos de experimentar, aplicando estas nuevas promesas de planificación.

En segundo lugar, es probable que algunos gobiernos poco comprometidos con los valores y prácticas democráticas se sientan tentados de obtener herramientas que permitan, mediante la importación y asimilación de nuevas tecnologías, ejercer control político sobre los comportamientos ciudadanos, a la vez que el gerenciamiento social y económico.

Frente a estos escenarios, como ya lo he mencionado en otros lugares, el futuro de las respuestas democráticas a estos problemas está centrado no sólo en cómo el Estado regulará la producción de la inteligencia artificial, sino, fundamentalmente, en cómo incorporará dicha inteligencia en el diseño e implementación de las políticas públicas.