Milei y la Cumbre de Davos

El discurso del presidente Milei en Davos no pasó desapercibido. Tal como se preveía, los periódicos del mundo levantaron fragmentos de su discurso y titularon de muy diversas formas su intervención. Con algunas excepciones, su presencia en los medios internacionales no fue catalogada de brillante, aunque tampoco una verdadera pesadilla. En ese sentido, desde el gobierno pueden decir: toda publicidad es buena. Sin embargo, en Argentina las cosas resultan algo diferentes. 

La intervención del presidente ha tenido múltiples interpretaciones y, especulo, que ya saldrán estudios demoscópicos para contrastar que, posiblemente, dichos juicios se pueden agrupar en tres tipos de evaluaciones. En primer lugar, la más obvia: la reacción de sus seguidores. Aunque no hubo voces que salieran abiertamente a decir que el discurso en Davos fue el de un gran estadista, sí, en cambio, elogiaron su sinceridad, valentía, claridad y, por supuesto, el contenido. Quizá, es sólo una intuición; muchos se han regodeado con el icónico —por decirlo de alguna manera— fotomontaje posteado por Elon Musk en la plataforma de su propiedad. La segunda reacción corresponde a los opositores, entre los que se incluyen, en este caso, tanto los rabiosos como los tibios. Para los opositores redomados, grosso modo, fue un discurso grotesco, vacío, caricaturesco, vergonzoso, excesivo, fútil, casi pantagruélico. La percepción de los tibios se retrata por completo en el intercambio de posteos que tuvo lugar en la red social X entre el diputado Tetaz y el ministro Caputo. El tercer grupo está conformado por analistas, consultores y expertos. Al contrastar el discurso ideal —que ellos tienen en la cabeza— con el real, en líneas generales afirman que el presidente ha perdido una gran oportunidad para buscar apoyo y colaboración. En poco tiempo sabremos si este grupo ha confeccionado un juicio acertado. Cuando, en los próximos meses, la Cancillería comience a tocar puertas, veremos si se las abren y a qué costo. 

Aunque los anteriores juicios acapararon la atención de la opinión pública y publicada, hay un aspecto que no suelen mencionar los analistas, que se muestra intrigante del presidente Milei y que se hizo presente, de nueva cuenta, en su discurso en la Cumbre de Davos. Con los dichos y discursos de Milei (antes de ser presidente y ahora que lo es) nunca queda claro si el predicador económico (para usar una frase canónica del economista George J. Stigler) abraza con fuerzas las doctrinas filosóficas libertarias, o si éstas últimas hacen que el predicador haga mancuerna con el político. En otras palabras, no queda claro si la confusa relación entre la defensa apasionada de la doctrina filosófica libertaria con el rol político responde a una estrategia muy bien pensada o es la típica consecuencia de aquél que abraza (tardíamente) una nueva doctrina sin haberla rumiado lo suficiente para sopesar con diligencia digestiva las palabras que brotan de sus entrañas. (Recordemos que Milei confesó que, hasta hace poco, todavía era un keynesiano heterodoxo, inscrito —por decirlo de alguna manera— en la corriente iniciada por Axel Leijonhufvud en los años sesenta del siglo pasado).

El aspecto intrigante al que hice alusión tiene, y con esto concluyo, un correlato con la realidad política, tanto doméstica como internacional. Hay momentos del discurso de Milei que suenan o rememoran al dulce comercio tan alabado por Montesquieu; en otros pasajes, se parece a Napoleón, al menos al Napoleón que Nietzche admiraba: un hombre que sacude el tedio del statu quo político y se convierte, por esa misma razón, en una amenaza para el hombre de negocios. Muchas veces no sabemos si el presidente se convence con lo que dice o dice lo que cree. La intriga sigue ahí, el tiempo quizá la disipe.