MEDIDAS ECONÓMICAS: ¿AJUSTE O SANEAMIENTO FISCAL?

Analizar un evento que está en pleno desarrollo tiene riesgos: nos hace ver como estúpidos o ignorantes. Sin embargo, no es algo que podamos evitar, la naturaleza nos empuja a la curiosidad. Ésta siempre está dispuesta a pagar para satisfacer sus necesidades. Un precio bien oneroso se pagará aquí. Veamos.

Las medidas económicas anunciadas —y cuyos efectos comenzaron a sentirse inmediatamente— constituyen un escenario conocido para los argentinos: ajuste (el calificativo es prerrogativa de la persona lectora). Es un ajuste porque en el corto plazo los ingresos disponibles de las familias se reducirán (vía incremento de precios, congelamiento de salarios de los empleados públicos e incremento de impuestos), mientras que el gobierno intentará reducir el gasto público (mediante el mantenimiento de partidas presupuestales a valor nominal, diferimiento contable de lo percibido, incremento de la recaudación fiscal, disminución de subsidios y un freno a la obra pública).

El terreno de convergencia de estas medidas es la demanda agregada. Cuyos efectos generales se pueden avizorar (más inflación y recesión), pero sus consecuencias sobre la dinámica social no se pueden predecir.

Hasta ahora el presidente ha ofrecido, sobre la herencia recibida, una narrativa lúgubre. Casi como un líder carismático (à la Weber), de espaldas al Congreso, habló de la “noche oscura” y el coraje/decisión que se requiere para iluminarla. Cuestionar al presidente por llevar agua a su propio molino puede ser moralmente pertinente, pero resulta una acción política raquítica, hasta naïve. Lo decisivo —si se nos permite el paralelismo— no es el túnel sin lámparas, sino cuán extenso es y cuál es la pequeña lámpara que, dispuesta al final, guía la salida.

Claramente, las medidas anunciadas no parecen representar aquella luz. Y no iluminan por una simple razón: los variados públicos ciudadanos (incluida, en general, la opinión publicada) ven en el asunto del saneamiento fiscal solo ajuste. Por ahora, el gobierno no ha logrado sustituir, en la agenda pública, el término negativo “ajuste” por el positivo “saneamiento fiscal”. Una batalla que, si bien no está perdida, tampoco hay señales concretas de cómo podrá avanzar. Y esto por dos razones, las presento para concluir.

En nuestras complejas sociedades (Argentina no es la excepción) no conocemos casi nada de primera mano, por tanto, necesitamos confiar en el juicio de otros. Sin embargo, uno de los pocos intersticios de conocimiento de primera mano es nuestra relación con los precios. La disparada de precios que estamos vivenciando no requiere más que tocar el bolsillo.

Aquí se abre una dinámica entre las percepciones individuales de los ciudadanos y la agregación de preferencias que se construirá sobre el futuro. Terreno sobre la que se puede especular, pero sus desenlaces sociales siempre resultan huidizos para el analista. Lo que se puede asegurar es que, sin una narrativa potente por parte del gobierno, el “ajuste” se puede convertir en un tobogán.

Con este tópico concluyo. ¿El “ajuste” constituye un evento único? Si los ciudadanos así lo perciben, entonces el ministro Caputo cumplirá el rol de escudo del presidente. En cambio, si los ciudadanos se forman expectativas sobre un “ajuste” por etapas, podrán, quizá, hacerse la idea de que el ministro es una herramienta del presidente Milei. Con este último escenario ya todo habrá cambiado. La discusión pública se correrá de las circunstancias a las decisiones. Y como se sabe, en el terreno de las decisiones las cosas siempre se pueden ver desde ópticas diferentes. El juego está abierto.

Nota: publicada originalmente el 17 de diciembre de 2003 en Ámbito Financiero